Como cada día llego al metro, paso la tarjeta, bajo al andén y tomo un tren, dependiendo de la hora, quizá el de y diez, quizá el de y cinco, a veces un poco más tarde, como hoy, el de y cuarto. Subo al tren y busco un asiento, o me quedo de pie mirando algo, o escucho música distraída. Hoy había sitio, así que nada, me he sentado al lado de la puerta y escuchaba música, primero algo más movido, después algo más tranquilo... hoy no lo tenía muy claro. Una parada tras otra hasta llegar a Plaza España y allí bajo del tren, camino unos metros, paso la primera taquilla, la segunda, y espero en el andén a que llegue el metro. Hoy iba bien, así que casi no he tenido que esperar. Me subo a mi tren y miro alrededor, siempre hay alguien interesante, aunque a veces estoy tan ensimismada en mis pensamientos que no me doy ni cuenta de lo que pasa. Hoy, en cambio, había un bebé. Un bebé negrito, de ojos grandes y negros que sonreía que me ha llenado de alegría. ¡Qué preciosidad! Se estaba llevando toda mi atención, parecía tan feliz, tan contento. Vale la pena la vida sólo por cositas como ésta, pienso a veces. Entonces miro hacia la derecha, buscando la línea para situarme en la parada, ya estamos en Cataluña, y te veo entrar. Debes medir 1.80 y eres de complexión normal, ni gordo ni delgado. Ropa casual, aunque elegante, y miras el reloj a menudo. No concentras tu mirada en nada ni en nadie, pareces medio ausente. Entonces ves al bebé y reparas en que el pequeño dirige su mirada hacia mí, ¿qué mirará tan curioso este pequeño? Debes pensar. Y entonces se cruzan nuestras miradas, ¡dios mío! ¡Qué ojos tan azules! Hacía mucho tiempo que no veía unos ojos tan bonitos... yo te sonrío y tu pareces inquieto, sorprendido diría yo. Apartas la vista y yo empiezo a pensar si llevo mal puesta la chaqueta o el pantalón, quizá es el peinado, quizá... pero tú sigues mirando, a veces más de refilón, a veces más directamente, pero me miras. Buscas mi mirada una y otra, y otra vez, hasta que vuelven a cruzarse y entonces sí sonríes. Y pienso, tiene una sonrisa preciosa. Y entonces se me cruzan mil preguntas, ¿por qué me sonríe? ¿por qué me mira? Ni tan siquiera entiendo que haya reparado en mí con el vagón tan lleno, pero tú no dejas de mirarme, ni un segundo. Pareces intrigado, medio contento, alegre, muy diferente de ese chico ausente que entró al principio.
Estoy llegando a mi parada y me acerco a la puerta, reduciendo por primera vez la distancia entre ambos, tú me miras más directamente, yo esquivo tu mirada y miro hacia la puerta. Llegamos al andén, se abren las puertas, salgo muy decidida y casi sin pensar miro de nuevo hacia atrás, diciéndome a mí misma que tú estarás mirando hacia otro lado, pero no, ahí estás, sonríendome, mirando hacia la puerta y cuando ves que me giro, te acercas un poco y me saludas con la mano con una sonrisa de oreja a oreja y dices: adiós.
Quizá son estas pequeñas cosas las que le dan sentido a la vida, las que te hacen sonreír de verdad, cada día =)
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