El mío no se merece nada, casi ni el aire, pero Dios sabe que si no lo "felicito" será peor, porque además de tener que oírle, tengo mi propia conciencia. Tiene gracia que yo misma me censure cuando se trate de él, al final siempre me sabe mal, al final siempre me callo y claudico. Quizá es en ese punto en el que se ve la diferencia entre él y yo: yo prefiero destrozarme por dentro antes que decirle cosas que sé que podrían herirle, prefiero callarme y morderme la lengua a lanzar improperios a diestro y siniestro, aunque lo merezca.
Hoy en el día del padre, sólo puedo decirte: ojalá no fueras mi padre.
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