Al poco tiempo su bata va abriéndose, poco a poco, al moverse, al comer... y entonces cae un poco sobre su hombro, desconcertado vuelvo a mirar: no hay tirante. Eso sólo significa que... pero voy tarde, ella ya ha contestado. -No, no hay nada debajo. SOLO llevo la bata, si quieres, puedes comprobarlo-. Se me ha quitado el hambre, ya no quiero comer nada más que a ella. Esos ojos, esa sonrisa, esa piel... no sé como consigue hacerme sentir todas esas sensaciones tan dispares, quizá porque la quiero como a nada en este mundo, y porque ella me quiere tanto o más, aunque no lo merezca. Siempre consigue darme o hacerme todo lo que yo desearía, siempre me sorprende, me alucina... es increíble, perfecta, no podría pedir nada mejor. En menos de lo que espero y pienso, ya estoy sobre ella, estirados en nuestros cojines, besándonos... necesito tocarla, sentirla, hacerla mía. Todo su cuerpo me está llamando, y su alma, y su corazón... no hay nada más cuando la tengo entre mis brazos. Y ella sonríe, una vez más, y me besa, me toca, me deja que la abrace, que la cuide... y cuando estamos juntos, disfruta y me hace disfrutar, de una manera que parece que nada importe, que el mundo vaya a acabar mañana... y me gusta oírla gemir, ver como disfruta entre mis brazos, y como me mira. Me encanta acariciarla y besar la en esos momentos, sólo existimos ella y yo. Y después, reír, hacerle cosquillas, abrazarla, comernos las trufas, dormir abrazados, descansando... no podría desear nada mejor.
Ojalá alguna vez alguien pensase algo similar a eso, de mi. Utopías, ¿cierto?
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