martes, 6 de julio de 2010

Ellos se vieron

Él ni siquiera había pensado en cómo iba a ser su vida sexual en un futuro. Esperaba el momento y no se sentía precisamente preocupado por empezar a experimentar. Le llamaba la atención, claro, pero no estaba ansioso… las cosas llegarían cuando fuera el momento exacto, ni más ni menos.

18 añitos. De complexión bastante delgada y piel bastante oscura. Pelo ondulado, poco sedoso, de un fuerte color negro, cortado aproximadamente por los hombros. Unos ojos marrones profundos, labios carnosos y una gran sonrisa. Las manos bastante grandes, y no muy fuerte. Tímido, eso seguro. Escondido tras una coraza de risas y comentarios graciosos, escondido de todo un mundo del que temía resultar herido. Mucho más complejo de lo que ellos creían, mucho más atento a las cosas. No era tonto, se percataba de todo… y quizás, refugiarse en esa inocencia y pasividad era lo que le salvaba.

Septiembre.

Empezaba un nuevo curso. Los nacidos en 1992 empezaban la universidad. Un nuevo camino, una nueva etapa… mucha gente nueva, muchas cosas que empiezan a cambiar y hay que tomar muchas decisiones. No obstante, él tenía claro que quería y cómo lo quería.

Primer día de clase… las típicas pérdidas de clase, los pasillos interminables, mil compañeros, llegar tarde… con los días se iría acostumbrando. El tercer día la vió y ya no pudo dejar de mirar. No sabía su nombre, pero era… indescriptible. Mayor, eso seguro, quizá una profesora, quizá alguna funcionaría de la universidad. Lo único que podía decir es que era preciosa, al menos a sus ojos era preciosa.

- ¿Quieres algo? –Dijo ella una de las mil veces en que él se la quedó mirando, embelesado durante minutos-.

Sólo pudo negar con la cabeza, agachar la mirada y salir corriendo. Ella sonrió. Otro más para la larga lista de niñatos que se iban a dar una alegría recordando esa noche sus curvas. ¡Malditas hormonas revolucionadas!

Octubre.

El niñato de primero de cabello rizado largo y con los ojos marrones se pasaba la mitad del día mirándola. La estaba poniendo muy nerviosa, por primera vez en muchos años alguien era capaz de intimidarla. Lo que peor llevaba es que fuera un niñato de 18 años delgado y con carita inocente, quizá era eso lo que la extrañaba, su carita inocente tras unos ojos que decían mucho más.

- Me está poniendo nerviosa… -dijo ella, cuando lo vio por tercera vez en ese mismo día apoyado en una de las columnas mientras la miraba de refilón-.

- ¿Qué dices Laia?

- ¿Ves ese chico de ahí? –Alex, su compañero, asintió.- Lleva desde que empezaron las clases en septiembre pasando entre 4 y 5 veces cada día a verme, simplemente me observa. Y me está empezando a cabrear.

- ¡Déjalo pobrecito! Está embelesado… como todos.

- ¡Estoy harta de ser el ideal masturbatorio de los alumnos de primero!

Alex empezó a partirse de la risa y fue a llevar un par de cosas al despacho de uno de los profesores de biología, cada día se reía más con su compañera, era realmente especial, podría decirse que absolutamente: única.

Él la miraba… era como una droga, ya no se imaginaba un día sin estar unos minutos observándola. Simplemente necesitaba mirarla, como caía su pelo por su espalda, como se subía las gafas, como ordenaba los papeles…

En un mes había descubierto que su nombre era Laia, se encargaba de todo aquello que fuera administración en torno al profesorado y a los alumnos. Estaba estudiando derecho y trabajaba en la universidad porque al haber acabado la carrera de Biomedicina se había quedado en administración, ya que no quería ejercer de ello, sino como abogada en un futuro. Tenía 28 años y vivía sola, siempre llegaba a la universidad con un Honda precioso de color negro, siempre sola, y siempre vestida con pantalón largo de vestir y americana a juego, debajo una camisa blanca y chaleco o corbata. Normalmente llevaba el pelo recogido en una pinza, con la mitad suelto en su espalda, y unas gafas bastante cuadradas de color negro. Poco maquillaje, pero con los labios bastante brillantes, rimel que acentuaba sus largas pestañas y un poco de colorete para resaltar su bonito color de piel.

Noviembre

El niñato se llamaba Albert y tenía, como ella ya había dicho, 18 añitos. No se le daba mal estudiar y era bastante callado en clase. Con un círculo reducido de amigos, pasaba bastantes horas en la biblioteca estudiando sin armar escándalo. No era conocido ni desconocido por los profesores, lo que significaba que estaba entre los normales tirando a buenos. Se notaba que le gustaba su carrera, eso sí. Al contrario que muchos otros, su mirada era limpia, la contemplaba siempre como si fuera un monumento, y eso con el tiempo empezó a gustarle. Quizá… podría jugar con él.

Era miércoles. Las doce del mediodía, si no se equivocaba, su pequeña presa estaría a punto de salir de su segunda clase y se dirigiría a su siempre cómoda columna para apoyarse durante un escaso minuto y contemplarla, mientras supuestamente arreglaba su mochila y ponía en orden sus apuntes. Estaba preparada.

- ¡Ahora voy para ya, un momento que cojo los apuntes!

Ahí venía. Como siempre se paró ahí, y al alzar la vista para buscarla… se la encontró de frente, a escasos centímetros, mirándole fijamente a los ojos y sonriendo. Dio un paso atrás y se encontró cercado por la columna y el cuerpo de ella, ¿cómo había podido llegar a esa situación?

- Te llamas Albert, ¿verdad?

- Sí… -dijo él titubeando, completamente rojo, estaba muy nervioso-.

Ella sonrió aún más y se acercó un segundo a su oído, retiró el cabello en un momento y le susurró “Encantada de que me mires a diario, pero… ¿no querrías hacer algo más que mirarme?”. Ella se separó y lo miró. Mil sensaciones diferentes pasaban por su cabeza, y ella lo estaba disfrutando a conciencia.

- Piénsatelo, ¿quieres? Y dime algo cuando lo tengas claro…

Le dejó un papelito en la mano y le besó en los labios en una milésima de segundo. Albert no sabía qué hacer o qué decir. Se sentía absolutamente fuera de contexto, se pellizcó una cantidad innumerable de veces para cerciorarse de que estaba despierto y eso no era un sueño más de los muchos que tenía.

- ¿Es en serio?

Estuvo una semana sin ir a verla, sin mirarla siquiera cuando se la cruzaba por los pasillos. En el papel había escrito su móvil, su correo y su dirección. Ni se le había pasado por la cabeza enviarle nada, mucho menos llamarla o presentarse en su casa. Debía ser una broma de sus amigos, algo así, no podía ser otra cosa.

Justo a la semana, se encontró con ella de frente de nuevo y trató de esquivarla, pero ella se interpuso en su camino y lo arrastró a una de las esquinas de la sala. Ya no había nadie allí, estaban solos.

- ¿Qué pasa?

- ¿Perdona?

- Llevo una semana entera esperando a que contestes algo, que sencillamente digas si o no… no estás obligado a decir que sí, yo pensé que tal y como me mirabas desde que empezó el curso tú…

- Pensaba que era una broma.

- ¿Qué? –Dijo ella confundida-.

- No me tomé en serio lo que dijiste. Pensé que era una broma de mis amigos, y aún lo sigo pensando. Por eso te evito y no quiero verte, no pienso caer en la broma. No vais a humillarme.

No la miró a los ojos, no subió la mirada e intentó ser lo más frío posible. Ella sonrió, esa inocencia le parecía absolutamente sexy y cuánto más la evitaba, más ganas tenía de ver a aquel pequeño niñato que intentaba escaparse de sus manos.

- No es ninguna broma.

- ¿Cómo que no? ¿De qué otro modo tú querrías…?

No pudo terminar la frase, Laia ya había empezado a besarle. No un beso cualquiera, no un pico como la otra vez, aquello era un beso en toda regla. Lengua con lengua, con pasión y lujuria… mientras hacía eso, había empezado a meter mano bajo su camiseta y empezaba a reseguir su cintura con una mano, mientras con la otra acariciaba su nuca, dejándole sin sentido.

- Esto no es ninguna broma, es mi decisión. Yo te quiero para mí, me pones enferma sólo con verte. Eres follable, muy follable. Absolutamente comible y quiero comerte. La verdad es que no me importa mucho si quieres o no… porque sé que lo voy a conseguir, pero será más fácil y más rápido si aceptas y me dejas hacer lo que me venga en gana. Piensa que sino, lo acabaré consiguiendo de una manera u otra.

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