viernes, 25 de junio de 2010

Una rosa y un reloj de arena.

Mentiría si dijera que no me he pasado la semana esperando que, a cada hora, él entrara por la puerta y pidiera cualquier cosa, charlar un minuto, sentir su mirada... pero no ha venido. Han pasado siete días desde que le vi por última vez, y no paro de pensar en él, no puedo dejar de recordar su mirada, su sonrisa... me tiene intrigada y como hechizada.
- Nayra, ¿puedes hacerme tres cafés?
- En seguida.
Toda la mañana está siendo igual, monótona, le estoy perdiendo el gusto a trabajar a raíz de su visita... ya nada es igual, me falta parte del aire constantemente, sólo sonrío cuando le recuerdo y lo peor, es que me siento inútil. ¡Ni siquiera le conozco! ¡Sólo es un chico!
- ¿Has pedido algo sin consultarme?
- ¿Qué?
- Hay un paquete para ti, a tu nombre, me lo acaba de dar el repartidor -dice mi jefe intrigado-.
- Que yo sepa no.
- Bueno, pues, abrélo y salimos de dudas.
Es un paquete de cartón, la típica caja de correos. Al abrirlo hay una pequeña caja negra de lata, con dos simples rayas rojas en un lado y pone: TIME. Me parece la mar de intrigante. Sin perder tiempo, dejo el cartón en la barra y con cuidado retiro el celo para poder abrir la caja, poco a poco va cediendo. Ambos lados ya están abiertos. Retiro la tapa y en su interior hay una tarjeta en blanco con mi nombre en una excelente caligrafía.
- ¿Y esto? -pregunta mi compi-.
- No tengo ni idea.
Retiro la tarjeta para leerla y puedo contemplar un precioso reloj de arena, la estructura es de hierro negro y el vidrio, completamente transparente, deja ver una arena de un tono azulado que se mantiene estática a ambos lados del reloj.
- Me encanta -digo instintivamente-.
Mis dos compañeros me miran intrigados, y yo, con el corazón completamente acelerado empiezo a leer el papel esperando a que mi ángel fuera el causante de semejante regalo.

"Espero que el tiempo que pasemos juntos sea lo más lento posible, y que se aceleren las horas cuando no te tengo cerca. Te obsequio mi tiempo, lo más valioso que tengo. Espero que te guste el detalle, te pasaré a buscar mañana por la tarde para ir a cenar, espero que me digas que sí. Envíame un mensaje confirmándome la asistencia a mi número, por favor.
Tengo ganas de verte
Ángel."

¿Qué decir? Sin palabras, absolutamente sin palabras. Era el detalle más bonito que alguien había tenido conmigo en mi vida, no sabía qué decir, ni qué pensar. Estaba radiante de felicidad y todos los clientes se dieron cuenta, tanto esa tarde como el día siguiente.
En mi contra: nerviosismo. No podía tranquilizarme, pensaba en cómo sería esa noche, esa cena... hacía mucho tiempo que yo no salía con nadie, mucho tiempo que no sentía nada por nadie... y ahora, tan de repente, con alguien a quien apenas conocía... pero tenía ganas, eso estaba claro.

Mi jefe me dejó plegar media hora antes, así que me subí a su casa (está justo encima del restaurante), me duché y me puse un vestido negro de medio vestir que me queda bastante bien. Mis sandalias de tiras, con apenas tacón, mi pelo suelto, un poco de maquillaje y listo. Nerviosa era poco, creía que iba a caer por las escaleras de cómo me temblaban las piernas al bajarlas. Abrí la puerta y me encontré con mi jefe, picando, impaciente.
- ¿Qué pasa?
- Lleva 10 minutos esperando -se acercó a mí, me besó la mejilla y subió a casa-.
Respiré profundamente y giré la calle, para adentrarme de pleno en la escena de una cita en meses. Lo vi, de pie, con una camisa bastante ceñida, negra, y unos tejanos, también negros, ajustados hasta cierto punto, miraba hacia la calle y aguantaba en una de sus manos una preciosa rosa roja, casi color vino, medio abierta, que olía increíblemente bien.
- ¡Buenas noches! -dije yo sonríendo-.
Él se volvió y sonrió también. Al acercarme me besó para saludarme, como yo y sonriendo me ofreció la rosa. Muerta de felicidad la acepté y caminamos calle arriba. Me sentía muy segura a su lado, tranquila.
- Estás preciosa.
- Gracias, tu también estás...
- Nada, informal, normalmente voy de traje. Lo que ocurre es que bueno, quería ir un poco diferente, al menos esta noche.
- ¿Y eso?
- Bueno -dijo él, parándose y retirando mi cabello de mi cara, mientras juntábamos nuestras miradas- creo que eso es bastante obvio, ¿no?
Yo me sonrojé y sonreí. También él sonrió y seguimos caminando, no tenía ni idea de dónde me llevaba, aunque realmente, no me importaba en demasiado.

Después de estar hablando un rato, llegamos al restaurante. Era especial, pequeño, casi invisible desde las calles principales, con un olor a casa familiar, a comida de la abuela. Apenas si había 5 mesas de 4 y un par más de 2. Uno de los camareros, de entrada edad, se le acercó contentísimo y le dio un fuerte abrazo. Entonces, pasamos a un pasillo y cogimos un ascensor. Llegamos a la sexta planta y entramos en un pequeño ático. Estaba todo lleno de plantas, y justo al lado del balcón había una pequeña mesa redonda, preparada para dos, con unas velas y pétalos de rosa por todo el mantel. Me pareció absolutamente increíble, era demasiado.
- ¿Te gusta?
- Esto es precioso.
- Pues espera a ver la luna, la música y la cena.
- Esto es increíble... ¿cómo?
- No preguntes, sólo disfruta.

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