lunes, 16 de agosto de 2010

La primera vez.

Gracias a todas las personas que leen mis relatos, gracias de verdad. Estoy empezando a vivir, por decirlo de algún modo, y escribir para mí es como respirar. Para muchos escribir novela erótica es algo menor, pero para mi es esencia… es parte de mi misma, me ayuda a vivir y a sentirme bien conmigo misma, mis pensamientos y mis deseos. El ver que lo que escribo se lee día a día y se puntúa de esta forma, así como los comentarios que dejáis dándome ánimos y alabando mis palabras, me hace muy feliz. Gracias por todo, ¡en serio! Me hacéis sonreír día a día.

*

Ella tenía una casa adosada en una especie de urbanización a las afueras de la ciudad. Era de dos plantas, en color salmón y con los remates en blanco. La puerta principal era oscura, pero no negra, quizá marrón muy oscuro, que con el sol brillaba. Laia se bajó del coche y abrió el garaje, entró y aparcó su coche. Albert abrió la puerta sin decir nada y la siguió, con aire frío y distante. Ambos entraron en la casa y Laia fue a dejar sus cosas al recibidor, entró en la cocina y cogió un par de latas.

- ¿Te va bien Trina?

- No quiero nada, gracias.

Ella se asomó intrigada al oír esa voz tan tosca viviendo de su niño mimado. ¿Qué le ocurría? Abrió su lata y bebió un tragó, cerró la nevera con la otra mano y se fue hacia el comedor, dónde Albert estaba apoyado en la mesa, mirando al suelo.

- ¿Se puede saber qué coño te pasa?

- Nada.

- ¡Eh! ¡Contéstame seriamente!

- ¿Qué crees que soy?

- ¿Qué?

- Te crees con derecho a hacer conmigo lo que quieres porque soy un crío y sabes que me atraes a más no poder, ¿verdad? Te piensas que me pone muchísimo todo este jueguecito y que disfruto a más no poder, que esto es lo que desean todos los chavales de mi edad, ¿no? ¿Pues sabes qué? ¡Ya no lo deseo! Antes cuando todo esto era una fantasía, estaba bien, pero ahora ya no quiero seguir jugando. ¡No me gusta en absoluto ser un títere en tus manos! ¿Tengo sentimientos sabes? Si quieres correrte cómprate un puto consolador, ¿entendido?

- Si resulta que mi niño tiene genio y todo… -dijo Laia riendo-.

- No me hace gracia.

- ¿Acaso te estoy obligando?

- ¿Qué? –Dijo levantando la cabeza del suelo y mirándola a los ojos-.

- ¿Esto es una obligación, estás aquí porque te tengo amenazado o te doy miedo?

- No –dijo entre dientes-.

- Entonces haz el favor de callarte. Ahora mismo puedes hacer dos cosas: quedarte y disfrutar del momento, o irte y no buscarme más. Yo te busco porque sé que tú me aceptas, pero nunca te forzaría. Aunque me moleste tener que admitirlo me siento asquerosamente atraída por un mocoso como tú.

Eso le hizo sonreír, y ella lo sabía. Había admitido que era más que un juguete, que no era como cualquier otro. Y sin pensarlo dos veces se le acercó y le dio un beso tierno en los labios, con dulzura.

- ¿Te importo?

- Más de lo que deberías.

Se alejó un poco de él y volvió a beber de su lata, mientras lo miraba sentándose en el sofá de su comedor, poniéndose cómoda.

- ¿Siempre eres así?

- ¿Qué quieres decir?

- Parece que te escondes detrás del sexo. ¿No te cansa ser como un juguete para los demás? A mí no me gusta en absoluto sentir placer porque sí, no me gusta que no me beses o que no pueda tocarte o…

- Eres diferente a la mayoría de hombres que conocí.

- Bueno, no sé si podría describirme como un hombre, aún soy un crío.

- Puedo asegurarte que para según que cosas eres todo un hombre. Te sigo de vez en cuando por los pasillos, y escucho a los profesores cuando hablan de ti. Eres maduro, paciente y tienes las cosas claras. La mayoría de hombres no consiguen ni la mitad de eso aún teniendo el triple de años.

Ambos sonrieron. El ambiente cada vez era más apropiado y Laia empezaba a sentirse cada vez más cómoda con él, aún no habían llegado al final y en ese momento era lo que más deseaba. Hacía un rato que se había corrido, mirándole, pero en ese instante lo deseaba como si hiciera años que no estaba con un hombre.

Albert se acercó a ella y antes de que pudiera pensárselo dos veces y echarse atrás, la besó con ansias y se dejó caer, estirándose sobre ella, en el cómodo sofá. Poco después empezó a besar su mejilla, el mentón y finalmente su cuello. Lo tenía suave y dulce, le encantaba saborear esa zona. Laia empezaba a suspirar y eso lo ponía frenético. Quitó su ropa y cuando quedó totalmente desnuda bajo él, sintió deseos de parar el tiempo y quedarse años mirándola, recorriendo su cuerpo de arriba abajo sin prisa.

Era una diosa. Dijeran lo que dijeran, para él lo era. Tenía unos pechos enormes, voluptuosos y preciosos, todo su pezón era rosado, con una gran aureola. Suaves y blanditos, no cabía uno entero en una de sus manos y eso le encantaba, tanta piel por recorrer, tan fina y tan ardiente.

Bajando por su cintura, nada escuálida, se entretuvo en su ombligo y besó esos centímetros de piel, que se erizaba con el roce de sus labios. Poco a poco fue bajando, observando de vez en cuando la cara de Laia, y sus suspiros, parecía estar en otro mundo, y por primera vez, se dejaba hacer, sin oponer resistencia. Al llegar a sus piernas, bajó directamente e sus rodillas, las besó y abrió sus muslos con suavidad. Empezó a tocar por los tobillos y fue subiendo con suavidad, al llegar casi al final, sopló sobre la parte interna y pasó su lengua juguetona. Fue subiendo poco a poco, tan despacio como podía, y entonces posó su vista en ella, en su humedad. Todo aquello, rosado, hinchado y en ese momento tan húmedo, a su alcance. Completamente visible por primera vez, lo embriagaba.

- ¿Puedo lamerte?

Laia sólo soltó un gemido de aprobación mientras Albert pasaba uno de sus cálidos dedos por su humedad. Abrió bien sus piernas y con suma suavidad tocó con la yema de sus dedos cada rincón, fijándose muy bien en dónde conseguía los mayores gemidos. A los minutos, fue su lengua la encargada de provocar las convulsiones de su amante y con ella, al poco, consiguió el primer orgasmo de Laia en sus manos, en este caso en su lengua. Sentir los gemidos, el sudor de ella, sus ojos cerrados, los estremecimientos, los latidos de su corazón... aquello no era descriptible.

- ¿Laia?

- ¿Mmh? –Dijo ella aún recuperándose-.

- ¿Qué tal he…?

Pero no pudo acabar esa frase, sencillamente porque Laia se lanzó a sus labios y lo besó frenética, mientras acariciaba su pelo, cosa que a ambos los volvía locos. Albert no pudo elegir entre la sorpresa que tuvo que ella lo besara tan ardiente cuando hacía un segundo que parecía muerta del agotamiento, o que no tuviera reparos en besarle cuando él aún sabía a ella, pues sus labios todavía tenían su gusto salado impregnado.

- No puedes dejarme así.

- ¿Quieres que…?

- Lo necesito, de verdad.

El empezó a desnudarse. La verdad es que estaba muy excitado y había empezado a dolerle de la emoción, pero no estaba seguro de nada. Era su primera vez, virgen del todo, y nervioso era poca descripción. Aún así confiaba bastante en Laia, ella siempre sacaba su parte más sexual.

- Sé que es tu primera vez… y quizá no tengo derecho a quitártela, pero te juro que si no lo necesitara no te lo pediría.

Verla así, tan sumamente excitada pudo con él. Ella estaba ardiendo, sudada, apenas podía hablar sin suspirar y sus ojos entrecerrados lo miraban con ansia. Su humedad en lugar de calmarse parecía acelerada y su corazón desbocado se oía perfectamente.

- Yo también quiero hacerlo –dijo él, contento además de esa faceta nueva, donde había podido ver a una Laia mucho más frágil y voluble, que le pedía desconsolada un poco de atención-. Sólo que no sé como será.

- Será perfecto, eso seguro –afirmó ella mientras besaba sus labios con dulzura. Albert se sintió mucho más tranquilo en ese momento y se bajó la última prenda que le quedaba.

Empezaron a besarse y Laia no tardó mucho en empezar a gemir, las manos suaves de su amante la volvían loca. Los besos siguieron hacia el cuello y al poco Albert bajó a sus senos, lamiendo y tocando por doquier.

- No puedo aguantar más –dijo Laia entre suspiros-.

Ella abrió las piernas y las dobló, subiéndolas a la altura de su cintura. Apoyó la planta de los pies en el sofá y situó a Albert a la altura, notaba su nerviosismo pero también su excitación, y no podía esperar más.

- La tienes durísima –mordió el lóbulo de su oreja el decirle eso y en un momento abrió un preservativo, que colocó con tranquilidad en su miembro, tenían que tener cuidado, no por las enfermedades ya que su niño era virgen, sino por aumentar la guardería de uno a dos niños. Con suavidad la tomó con sus manos y la colocó en su humedad, al principio, rozando sólo con milímetros su cuerpo-, hazlo de una vez, no puedo esperar más, estoy ardiendo.

Él titubeó pero después de suspirar un momento y mirarla a los ojos, la introdujo de una sola embestida. Laia gimió como nunca antes lo había hecho. Había estado con algunos hombres, pero ese momento era incomparable a todos ellos. Quizás por la inocencia de su amante y su dulzura, quizás por la situación, jamás había estado tan excitada… quizás por… ¿quién sabe? En esos momentos sólo podía pensar en él y en sus embestidas, se sentía llena.

- ¿Estás bien?

- Jamás he estado tan bien en mi vida… ¿Y tú, cómo te sientes?

- No pensaba que pudiera ser tan increíble…

No iba muy rápido, al contrario, aunque entraban hasta el final, siempre era con suma delicadeza, como si temiera romperla al entrar de una forma un poco brusca. Eso la hacía sonreír y estremecía a su corazón, cosa que nadie había conseguido. No obstante, ella necesitaba un poco más, necesitaba sentirlo…

- ¿Qué…? –Dijo él extrañado, pero ya era demasiado tarde.

Laia lo puso a él abajo y se sentó en su vientre, respiró hondo y sin pensárselo dos veces se hundió en él de una sola vez, Albert soltó un gemido que la calentó muchísimo y ella empezó a cabalgar sobre él con suma rapidez. Eso era lo que ella deseaba, él cada vez notaba más la estancia como nublada, todo daba vueltas… se irguió y tomó uno de sus pezones en su boca y agarró sus nalgas con ansia, eso que le estaba haciendo lo iba a volver loco, pero por ninguna cosa del mundo quería que parara.

- Albert… esto es… increíble.

Él levantó la cabeza y buscó sus labios, se besaron lentamente, mientras él subía sus manos por su espalda y acariciaba cada poro de esa piel. Laia se sintió completa por primera vez, aunque pasaría tiempo hasta que se diera cuenta de todo lo que estaba sucediendo, en todos y cada uno de los niveles físicos y mentales de una relación.

- Laia… ya, ya no puedo más…

- Entonces tócame, por favor… hazlo…

Él acercó su mano a su humedad, y con ayuda de la mano de su amante tocó en el lugar indicado hasta que sintió como ésta se corría de nuevo, estremeciéndose y tensando sus músculos. Ésta misma tensión pareció exprimirlo y sin poder contenerse consiguió un orgasmo increíble, fruto de su primera relación sexual con una mujer. Empezó a respirar y abrazó con suavidad a Laia sin pensárselo. Ella quizá lo rechazaría, pero él necesitaba ese contacto. Al contrario de lo que pensaba, ella se cogió con fuerza a él y le besó en su hombro, respiró de su piel y la sintió tranquila, como en paz en sus brazos. Ambos se dejaron caer hacia atrás y quedaron el uno sobre el otro abrazados en el sofá.

- Ha sido tan dulce…

- El sexo es como quieres que sea –dijo Laia tranquilamente, no obstante se acurrucó más en sus brazos y besó su cuello con dulzura, parecía una niña en ese momento-. Pero ahora no dejes de abrazarme por favor.

- No lo haré.

Y ahora, ¿qué narices iba a suceder con ellos dos?

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