lunes, 16 de agosto de 2010

¿Qué quieres de mí?

Diciembre.

Había acabado el trimestre. Encontrar a su pequeño le era difícil en esos días, habían estado más de una semana de exámenes y Albert no le hacía ni caso. Eso la ponía enferma, no soportaba que él pudiera pasar de ella, ese niño no. No obstante, Albert había sido lo suficientemente fuerte como para escapar de ella desde hacía más de 3 semanas, con la excusa de estar estudiando él la rehuía y empezaba a enorgullecerse de su valentía al decirle que no en contadas ocasiones, mirándola a los ojos y con talante serio. Estaba muy nervioso en esos momentos, pero había aprendido a controlarse.

El último día del trimestre Albert sólo tuvo que ir una hora a recoger unas cosas y a hablar con uno de sus profesores, le habían propuesto participar en un proyecto del campus y estaba muy contento. Salió de la sala 21 hacia la una del mediodía y se dirigía hacia la puerta de salida cuando la vio de pie, hablando con otro alumno, tocándose el pelo y poniendo sus gafas en su sitio. En ese momento sintió rabia. No quería que ella hablara con ningún otro alumno, ¿acaso también se tiraba a ese otro? Bueno quizás, al esquivarla, ella se había cansado de esperar y se estaba buscando un nuevo compañero. Empezó a pensar con dificultad y lo único que pudo hacer fue acercarse. Ella se percató de su presencia y con una sonrisa, se despidió del otro chico.

- ¡Albert! ¡Qué sorpresa! ¡Pensaba que habías desaparecido de mi vida! ¿Qué gran hazaña he cumplido para merecer tu presencia?

Él se sintió intimidado, cabreado y avergonzado a la vez. Miró a sus ojos, medio con rabia medio con miedo, y ella puso cara de ironía.

- Me estaba preguntando sobre unos papeles que hay que rellenar para el concurso ese de fotografía. –Él suspiró-. ¿Qué creías?

- Yo…

- Mira, puede que no sea una chica perfecta, pero ni pienses que me voy tirando a todo lo que se mueve, ¿entendido? Además, no tienes ningún derecho a mirarme así. Yo no soy nada tuyo.

Ella hablaba con rabia y él se quedó a cuadros. Entre ambos había mucha tensión en ese momento, y ninguno había sido sincero con el otro. Albert estaba preocupado y enfadado, no quería que ella tuviera a nadie más en su vida, podía ser que estuviera jugando y sólo fuera un polvo para ella, pero aún siéndolo, quería ser el único con quien ella jugara. Ella, por otro lado, estaba enfadada porque él la evitaba y se salía con la suya a base de miradas y palabras tajantes. Le molestaba que él no la necesitase, y sobretodo la cabreaba el sentimiento de cariño y necesidad que tenía hacia ese niñato virgen con quien jugaba.

Después de unos minutos en silencio, ambos a menos de medio metro, mirándose, llenos de dudas y rabia, hubo un poco de paz.

- No creo que seas ese tipo de chica… lo que pasa es que no puedo evitar pensar que si estás jugando conmigo, puedes querer jugar con cualquiera y eso me cabrea.

Ella sonrió. Aunque le molestaba pensar así, le encantó que él tuviera ese sentimiento hacia ella y se sintió mucho más tranquila. Estaba celoso, y eso a ella la ponía frenética.

- Me jode que me evites, ¿vale?

Él la miró extrañado, pero sólo desvió la mirada al ponerse colorado. Entonces ella, viendo que caía su fina tela de seriedad, se abalanzó sobre él y empezó besando su cuello con verdadera ansia. Llevaba tres semanas de abstinencia, y necesitaba hacer algo más que tocarse con sus manos.

- Estoy ardiendo.

Él enrojeció aún más y no se movió. Ella besó sus labios finamente y lo llevó a su coche, allí, entraron ambos en la parte trasera, por el asiento de detrás del piloto. Una vez dentro Laia siguió con sus besos y caricias, poco a poco, consiguió quitarle la sudadera y después su camiseta. Le gustaba mirarlo sin ropa, aunque no era muy fibrado y se podía decir que le faltaban algunos Kg. ella se volvía loca al verlo, era muy pero que muy erótico a sus ojos.

- ¿Alguna vez has visto a una mujer desnuda?

Él ni siquiera respondió, sólo negó con la cabeza y se dejó hacer, mientras suspiraba. Laia quería jugar con él, llevaba semanas esperándole. Así que, sin pensárselo dos veces se alejó y empezó a lamerse los labios con deleite. Entonces, quitó su chaqueta y empezó a desabotonarse la blusa, poco a poco. Albert empezaba a sentir su corazón latiendo más y más rápido, y la temperatura de su cuerpo empezó a aumentar.

- No dejes de mirarme –dijo ella al ver que él tendía a cerrar los ojos cuando se avergonzaba de la situación-.

Todos los botones de su blusa estaban abiertos, así que bajó sus manos a sus piernas. Subió con suma lentitud desde las rodillas hacia arriba y las abrió, dejando ver unas preciosas braguitas de encaje, entre unas medias cogidas a un liguero de color negro. Cogió las manos de Albert y las posó en sus caderas, justo en la goma de su lencería, y le acompañó las manos. Él empezó a bajar y poco a poco le quitó su prenda más íntima, tirándola por algún lado del coche. Laia entonces subió bien su falda y con un leve clic soltó su sujetador, el cual se abría por delante. No estaba completamente desnuda, pero así podía mantenerse a buen recaudo de las miradas externas y sabía que Albert estaba viendo todo su cuerpo con suma facilidad.

- ¿Te gusta?

Él no contestó, ni asintió. Sólo tragaba saliva con cierta dificultad mientras respiraba entrecortadamente, cerraba sus puños e intentaba no parpadear ni mucho ni poco. Entonces Laia pasó al siguiente paso, empezó a tocarse los senos, con parsimonia, primero la piel, seguidamente el pezón, rodeándolo, haciendo círculos, pellizcándolo… y poco a poco bajó una de sus manos, muy lentamente por su vientre, llegó al ombligo, hizo un leve círculo y siguió bajando. Entonces pasando su mano primero por su pubis, y seguidamente por el interior de sus muslos, acarició de una manera casi imperceptible su humedad. Poco a poco la caricia fue más grande y empezó a tocarse, lentamente, bajo la atenta mirada de su alumno.

- Puedes tocar si quieres…

Ella estaba en plena calentura, pero él no se movió. Albert en esos momentos sólo deseaba verla, no quería tocarla, sólo verla. Laia lo interpretó como un gesto de nerviosismo, Albert no era capaz de asimilar la situación, pero ese no era el problema. El niñato quería seguir viéndola a ella, sólo a ella, lo excitaba en demasía verla a ella sola dándose placer, y no quería cambiar esa escena por nada del mundo.

. De momento quiero verte, sólo mirarte.

Llegó a articular esas palabras y Laia se sonrió, ese niño tenía su cara escondida, la verdad es que la intrigaba mucho. Entonces ella bajó la otra mano a su humedad y abrió con un movimiento rápido todo su centro de placer. Entonces con una de sus manos empezó a acariciar y pellizcar el clítoris, bajaba lentamente hacia su entrada para mojar sus dedos en ese líquido espeso y pringoso, salado, que brotaba de su interior, y volvía a subir para seguir acariciando. Estaba en el quinto cielo.

Ella tranquilamente, empezó a intensificar el ritmo, cada vez más rápido… más rápido, y en tres minutos alcanzó el deseado orgasmo, más por la mirada fija de su amante, que por sus propias caricias.

- ¡Ah! Ha sido… increíble.

Entonces ella, aún con la blusa abierta y la falda tan subida se acercó a su niño y empezó a besarle y a acariciar su pecho. Albert la besó con fuerza y acarició su pelo, lleno de valentía en el momento se atrevió a tocar suavemente sus pechos y al ver la respuesta agradable de ella, bajó una de sus manos a su humedad y acarició con nerviosismo. Ella era la primera mujer, la primera en todo.

- ¡Dios mío, no dejes de tocarme! Tienes las manos tan suaves…

Él no supo que decir, sólo siguió. En ese instante ella notó todo su bulto bajo sus pantalones, era una excitación fuera de lo normal. Los abrió y con la mano derecha agarró su miembro, completamente caliente y duro.

- ¿Qué quieres que haga con él?

Albert no contestó, su cara de sorpresa y miedo fue suficiente respuesta.

- Voy a llevarte al cielo, en segundos.

Ella agarró aquello que tenía entre las piernas y con suavidad fue lamiéndolo y besándolo, poco a poco, entonces sorbió la punta y empezó a engullir, se la clavó de una sola vez tan a fondo como pudo y con ansia siguió, rápido, muy rápido. Albert no se corría y Laia tuvo que ponerse en serio para conseguirlo, después de más de quince minutos el niñato cedió y apartó su boca de él al llegar al clímax, cogiendo un pañuelo. El crío estaba muy frío y rígido, Laia lo besó y sonrió, como para calmar la situación, pero Albert no parecía feliz, precisamente.

Ella bajó del coche, subió en el asiento del piloto y arrancó. Lo iba a llevar a su casa, eso acababa de empezar. Albert en cambio, se sentó, se abrochó el cinturón y no dijo una palabra. En su interior se sentía una mierda, un mero objeto que Laia utilizaba como a cualquier otro, único quizá, pero sin sentimiento, por puro placer. No le importaba en absoluto nada excepto eso, no hablaban, no sonreían… sólo tenían sexo. Eso no iba a funcionar, él no quería ese tipo de relación.

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