viernes, 15 de octubre de 2010

Ella.

Me ha dejado un mensaje en el buzón de voz. Estará en casa esperándome, hoy hay cena especial porque le apetece. Me hará mi pasta preferida: gnocchis con salsa de tomate, parmesano y albahaca, y de postre hay trufas blancas con cava y pastel de arándanos y queso. ¡Qué menú! Aparco el coche y camino hacia la puerta, la abro y saludo: ¡Buenas noches! ¡Hola amor!-responde ella. Está en la cocina y huele a tomate que da gusto. Dejo la chaqueta y el maletín en el recibidor, paso hasta la cocina y me asomo para saludarla. Está de pie, frente a la encimera, moviendo la salsa de tomate. La miro de nuevo, ¡está increíble! Lleva unas zapatillas de estar por casa de verano, planas, y subiendo poco a poco la mirada veo sus piernas, morenas, desnudas, y subiendo, subiendo, una sencilla bata de satén negro de manga tres cuartos que cubre su cuerpo. Su pelo castaño claro, largo y liso, cae por su espalda. Me acerco a ella y la abrazo, ella responde riendo, se gira y me besa en los labios, dulcemente. Sirve la pasta en dos platos, la sazona y la lleva a la mesa baja que tenemos en el salón. Nos sentamos sobre los cojines, el uno frente al otro, abrimos una botella de vino y nos disponemos a cenar.
Al poco tiempo su bata va abriéndose, poco a poco, al moverse, al comer... y entonces cae un poco sobre su hombro, desconcertado vuelvo a mirar: no hay tirante. Eso sólo significa que... pero voy tarde, ella ya ha contestado. -No, no hay nada debajo. SOLO llevo la bata, si quieres, puedes comprobarlo-. Se me ha quitado el hambre, ya no quiero comer nada más que a ella. Esos ojos, esa sonrisa, esa piel... no sé como consigue hacerme sentir todas esas sensaciones tan dispares, quizá porque la quiero como a nada en este mundo, y porque ella me quiere tanto o más, aunque no lo merezca. Siempre consigue darme o hacerme todo lo que yo desearía, siempre me sorprende, me alucina... es increíble, perfecta, no podría pedir nada mejor. En menos de lo que espero y pienso, ya estoy sobre ella, estirados en nuestros cojines, besándonos... necesito tocarla, sentirla, hacerla mía. Todo su cuerpo me está llamando, y su alma, y su corazón... no hay nada más cuando la tengo entre mis brazos. Y ella sonríe, una vez más, y me besa, me toca, me deja que la abrace, que la cuide... y cuando estamos juntos, disfruta y me hace disfrutar, de una manera que parece que nada importe, que el mundo vaya a acabar mañana... y me gusta oírla gemir, ver como disfruta entre mis brazos, y como me mira. Me encanta acariciarla y besar la en esos momentos, sólo existimos ella y yo. Y después, reír, hacerle cosquillas, abrazarla, comernos las trufas, dormir abrazados, descansando... no podría desear nada mejor.

Ojalá alguna vez alguien pensase algo similar a eso, de mi. Utopías, ¿cierto?

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