miércoles, 17 de marzo de 2010

Egoísmo.

¿El hombre es un lobo para el hombre? ¿Nuestra existencia se basa únicamente en perecer? ¿Nacemos para morir, es decir, vagamos por el mundo esperando el día en que se acabe? Si eso es cierto, ¿por qué damos vida y, por lo tanto, muerte a nuevos seres humanos? ¿Por qué perpetuamos entonces esta vida que es muerte? ¿Será que no concebimos nuestra existencia de esa manera, como el paso de vivir a morir? ¿Será que hay algo más? Sí. Lo hay. Perpetuamos la vida por amor, cariño o por simple egoísmo, miedo… miedo a llegar al final del camino solos, a ser un punto en la historia que nadie recuerde. Miedo, palabra complicada con miles de acepciones. Miles de puntos de vista y posibilidades. Miedo. Miedo al olvido, a la soledad, a la muerte, al mañana… Miedo a las arañas, un simple ser de ocho patas no más grande que una mano en el peor de los casos. Miedo. Egoísmo. Palabra divertida. No es si no el egoísmo el sentimiento más cercano y verídico del mundo. El egoísmo dio posesión, ansia, ambición… y con ello el progreso, la tecnología. El egoísmo hizo el amor, el matrimonio, la familia, las amistades… Mi mujer, mi amigo, mi ciudad, mi país… mi vida, mi ínfima vida condenada a la muerte. ¿Y qué? Todos somos iguales en eso. Igualdad al nacer y al morir. Todos nacemos con el mismo destino final y con el mismo trance, sólo cambian las circunstancias, los momentos… Abnegados a la muerte. Compañera en cada segundo. Puede ser que nos reclame ahora, justo en este instante, parando mi bolígrafo y dejando esta reflexión a medias. Puede que no llegue hasta dentro de mucho, cuando aún tenga mucho que decir, pero queden muchas más hojas escritas de lo que pienso, pues el hecho de pensar hace que exista, y mi existencia me lleva a la rotunda conclusión de que por nacer, debo morir. Momento que no abruma, pues no se teme la muerte, si no lo que no harás, ni verás, ni sentirás cuando ya estés muerto, es decir, una vez más: EGOÍSMO, no miedo.

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