miércoles, 17 de marzo de 2010

plasmar en palabras lo que siento..

¿Escribir por escribir? Por amor al arte… algunos dicen que sí, yo sinceramente creo que no lo puedo resumir a eso. Adoro escribir, para mí es algo tan común como respirar, lo necesito para seguir viviendo, pero… ¿por sencilla compenetración con la lengua, con las letras? No sabría que respuesta dar para formar algo claro y sincero, aunque seguramente podría contestar mil cosas bien distintas. Sencillamente es que al expresar lo que pienso, al inventar nuevas historias, al crear nuevos mundos… no puedo decir que lo hago sólo por gusto, aunque escribir es mi vida, también pienso en ello como un futuro, una carrera, un trabajo… y cuando me presento a un concurso no lo hago sólo porque me gusta escribir, realmente espero una buena crítica, el poder hablar con según que personas, el reconocimiento, un premio… entonces, ¿por qué escribo? Me da la sensación de que siempre voy a tener algo que decir, pero que nunca voy a estar segura de sí lo digo por propio egoísmo, por ganas de ser el centro, de saber, hablar, destacar… o si es que realmente tengo esa necesidad de plasmar muchos de mis pensamientos en palabras, en escritos… la verdad es que nuevas historias no me faltan, siempre tengo algo que contar, y eso, la verdad, es que me encanta.

Dudosa sinceridad cuando decimos que un escritor se hace, o eso pienso yo. Después de leer algunos libros que me regalaron después de observar en mí un amor por la palabra escrita, descubrí muchas cosas. Títulos como “el arte de escribir una novela paso por paso” o “como crear un buen poema”, me hicieron vislumbrar todo este mundo desde otro punto de vista. Subjetivamente, hablando sólo desde mi propio pensamiento, me parece una verdadera barbaridad que alguien pueda hablar de una novela o un poema como si fuera un gráfico matemático. Escribir algo es… plasmar en un papel, mediante palabras ligadas con uniformidad, un pensamiento propio que deseas expresar, sea cual sea. Una historia, un relato o un libro forman parte del mismo autor, que refleja en ellos sus propios pensamientos, sus miedos, sus intereses, sus imperfecciones, sus virtudes. Siempre digo que son como un hijo, que se va creando poco a poco, creciendo, cogiendo forma, y por ello, es totalmente diferente de unos a otros, pues no es sólo la manera de ligar las palabras o de describir las escenas, sino la misma esencia del libro la que lo diferencia de cualquier otro. Un perfume, parecido a muchos, pero único. Los de marca, que se venden antes de que nadie haya comprobado si su esencia es especial, los de frascos bonitos, que muchos compran sólo por su superficie, por lo que se ve desde fuera, y los nuevos, desconocidos, que pueden pasar desapercibidos por todos o que pueden crear un nuevo concepto, debido a su elegancia, los matices de la esencia, la frescura, la evocación de recuerdos… Quizá soy dura diciendo esto, o igual es que me gusta pensarlo, pero creo que una persona que escribe bien nace así, puede que tenga ese talento escondido y necesite, como yo, algo que le haga romper su línea recta y darse cuenta de muchas cosas, pero es de nacimiento. Cierto es que con una base nata, a base de pulir, aprender, trabajar y sobretodo leer mucho, se puede crear de una persona que resaltaba un poco, un verdadero escritor de renombre, pero se necesita esa base nata. También es cierto que muchas veces ser ese escritor de renombre es difícil y que no siempre compensa. Yo, como persona, prefiero que mis obras sean leídas por poca gente pero que realmente guste, que llegue, que inspire, que haga sentir algo más que ver un puñado de letras juntas formando frases que unidas crean una historia. Me sentiría satisfecha si alguien se sintiera igual que yo cuando leí “La sombra del viento”, ese libro cambió mi vida, mi futuro y mi forma de escribir, y aunque tengo muchísimo que aprender y que lograr, ahora mismo soy feliz, porque la gente a la que admiro y a la que le doy lo que escribo, me dan ánimos para seguir, porque “escribo bien” y con eso, me basta y me sobra.

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